martes, 29 de marzo de 2011

Guerra


Recordaba el calor del Sol acariciándole la cara. Todavía le parecía notar el olor a hierba fresca y oír a sus hermanos gritar mientras corrían tras una pelota. El aire cálido entraba y salía de sus jubilosos pulmones sin preocupación alguna casi hasta la asfixia. Recordaba que el perro les seguía, mientras ladraba y meneaba el rabo. Tras él la acogedora casa de sus padres le hacía sentirse a salvo. Sabía que dentro su madre y su abuela preparaban la cena, y que luego, cuando el Sol cayese un poco, se reunirían al fresco. Cenarían y reirían hablando de añoradas banalidades. Todo aquello parecía cercano y lejano a la vez. Aquel momento que ahora atesoraba como un espejismo de una vida pasada no significó nada en el instante que fue vivido. Un día más en la rutina veraniega de su juventud. Apenas habían pasado un par de años pero ya no se sentía joven. Solo tenía 16 años y sus sueños y esperanzas se limitaban a seguir vivo un día más. Ya ni siquiera soñaba volver a aquella casa grande y segura porque ya no existía, ya no estaban mamá ni la abuela, ni siquiera podía asegurar que sus hermanos siguieran vivos. Se agarra a un fusil, en una asquerosa cuidad en ruinas mientras el cielo plomizo parecía caerse sobre su cabeza y la de sus compañeros. El único sonido que se escucha es el de la lluvia a veces interrumpida por detonaciones. Nadie habla, todos callan su miedo y lo superan como pueden, unos atentos como gatos a cualquier sonido o visión extraña, otros volando todo lo lejos que su imaginación les deja mientras fuman tapando el cigarro para no recibir una bala. Estaba sucio y mojado desde el uniforme a su pelo rubio, era incómodo pero hacía tiempo que se había acostumbrado, nada que ver con los días de esplendor.
El pelotón empezó a moverse, apagó y guardó el cigarrillo que estaba fumándose a escondidas. Se internaron más en las ruinas, un hombre de más edad les da órdenes por señas. El muchacho espera que él tenga más idea de adonde van que él. Morir le daba miedo y había visto muchas veces lo fácil que era que una bala te atravesase. Ordenaron internarse en lo que en otro tiempo había sido una casa. Entonces les vieron. Un grupo de seis enemigos. Uno de ellos era alto y moreno, se fumaba un cigarrillo escondido, estaba apartado. No quería hacerle daño, no tenía nada en contra suya, pero era el enemigo, de darse la vuelta las tornas el otro no dudaría en matarle. Les habían dicho que esa gente les odiaba por no adorar al mismo Dios. Disparó y el enemigo cayó al suelo,el pitillo que fumaba salió volando y la sangre emanaba sin parar. Pronto cubrió por completo sus oscuras manos que trataban de contener el líquido carmesí en un desesperado intento por contener la vida dentro suyo. Su cabeza empezó a volar mientras la vida se le escapaba. No hacía más que un par de años, paseaba con su madre y con su hermana por una bonita calle comercial. Su hermana sonreía mientras se comía un helado. Su madre le decía que no corriese mientras miraba los escaparates. Hacía Sol y todo parecía brillar. Aquel fue su último pensamiento.
El muchacho volvió a disparar, el resto de enemigos se cubrieron pero se quedaron sin munición en poco tiempo, entonces fueron aniquilados. No se paró a mirarlos, alguien se aseguró de que estaban muertos y siguieron. Había mucha gente a la que matar antes de que sus amos tuvieran beneficios suficientes como para dejarles volver a tener una vida.


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