martes, 15 de marzo de 2011

Noche de luna


La caza le producía una mezcla de excitación y ansiedad. Ver a su presa correr por el parque en busca de un refugio donde esconderse de él. Podía oír su respiración acelerada y oler su miedo.
Aquello le aceleraba el corazón y a su mente venían imágenes que a cualquier persona normal le hubieran parecido repugnantes, sin embargo a él le encantaba imaginar de antemano como disfrutaría con su muerte.
El cazador no comprendía por qué aquello estaba mal. No sabía distinguir la diferencia entre lo que hacían las personas que cazaban animales, que disfrutaban persiguiendo y hostigando hasta la muerte a un jabalí. En su retorcida cabeza no era tan distinto de lo que hacía él, al fin y al cabo los seres humanos somos animales.
Según él, la única diferencia era la presa y que en lugar de un rifle el usaría un afilado bisturí.
Aquella desgraciada pieza de caza no paraba de correr intentando alcanzar el otro lado del parque, donde había edificios, una carretera y gente que podría socorrerla. Sin embargo el sabía cortarle el paso, conocía bien el terreno y cuando ella atisbaba la luz y los sonidos de los coches él se interponía y rasgaba su carne con el afilado instrumento para hacerla correr despavorida y exhausta hacia el lado contrario a la ansiada salida.
A él le encantaba aquel parque, tan grande, tan poco iluminado y tan desierto por la noche. Llevaba semanas sentándose en un banco viendo pasar gente. Muchachos confiados de que nada podía pasarles y chicas que le miraban con recelo a pesar de que él no movía un dedo. Eso le había gustado de ella. Esa mirada miedosa al ver un hombre sentado en un banco del parque tan tarde. La chica apretó el paso y pudo notar su escalofrío cuando percibió que él se había levantado y caminaba tras ella. Luego él la agarró y la tiró al suelo, y mientras ella le miraba con espanto le hizo un corte en un brazo. Le arrancó el bolso de entre las manos y lo apartó lejos. Creyó morir de asquerosa y retorcida felicidad. Ella echó a correr, él la persiguió, extasiado por la sangre.
Podía sentir el ruido de sus horrorizados pasos, cuando comprendió que no le era posible alcanzar la salida había intentado recuperar el bolso, seguramente porque su teléfono estaba dentro. La encontró nuevamente y volvió a cortarla. Aquel loco no paraba de reír a carcajadas. Aquella cacería duró unos quince minutos. Eso demostraba que él no era muy listo. La presa se tranquilizó. Sus pasos ya no resonaban ni chillaba aterrorizaba. A él aquello le aburría, si ella no gritaba ni lloraba ya no le resultaba satisfactorio.
La buscaba, esta vez para terminar de tomar la pieza. No intentaba siquiera ocultar sus pasos, quería que ella volviera a sentir terror. Estaba fascinado es sus fantasías. Entonces lo sintió, un líquido cálido corriendo por su cara y empezó a oír un fuerte pitido, como de una radio cuando intentas sintonizarla. Tocó con sus manos aquel fluido y no entendía qué era. Luego sintió dolor y la vio a ella, alzada frente a él, iluminada por la luna, salvaje como el animal que él creía que era. Tenía una piedra roja en la mano y volvió a golpearle con ella, una y otra y otra vez. Hasta que los espasmos de aquel loco dejaron de sentirse. Por un momento se sintió poderosa. Poderosa para defenderse, poderosa para sobrevivir, poderosa para decidir la vida y la muerte. Después, arrodillada junto al cadáver de quien quiso matarla estalló nuevamente en llanto. Sus heridas sangraban bastante y la sangre que goteaba se unía al charco oscuro y pegajoso que su agresor había formado en el suelo. Quiso mirar su cara ensangrentada pero no pudo; le dio mucho asco. Todo aquello le provocaba arcadas.
Ella se levantó, todavía sollozante y comenzó a caminar rumbo al otro extremo del parque. Tenía varias heridas que no paraban de sangrar. En apenas un minuto había logrado alcanzar la salida del parque, aquello le resultaba irónico. Allí pasaba gente, un transeúnte se quedó mirándola horrorizado. Allí logró pedir ayuda.
Luego vinieron la policía y las ambulancias. Mientras le curaban las heridas la policía encontró el cuerpo, después vino el interrogatorio. Todo eran preguntas sin respuestas ¿Por qué ella? ¿La conocía? ¿La había visto alguna vez? Pero en la cabeza de ella sólo resonaba la risa maquiavélica de aquel hombre. En aquel momento supo que algo dentro de ella se había roto.

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